La procesión va por dentro

Me encanta el metro. Es algo así como un milagro mecánico. Cada mañana envidio al conductor de metro que va a toda pastilla por las entrañas de Madrid. Quizá es porque me he pasado todos estos años sola metida en un atasco en el coche desperdiciando millones de minutos. Y ahora en cambio el tiempo que paso en el metro me parece precioso, si quiero leo y si no miro a la gente y si no, veo pasar los vagones a la velocidad del trueno y sigo mirando a la gente y me imagino qué estarán pensando, si han dormido solos o si no han pegado ojo, si de verdad les gusta lo que llevan puesto o me imagino dónde trabajan o cómo viven. No puedo compararlo con estar hora y media sola metida en mi coche mirando el asfalto y el coche de enfrente.
Estos pastelitos son como el metro de Madrid, el secreto está en el interior, sustituyendo la mitad de harina por proteína láctea, eliminamos las calorías provenientes de hidratos y bajamos el índice glicémico a mínimos históricos.

El sabor, espectacular. La textura todavía mejor. El secreto, la acidez de la proteína que activa el bicarbonato e insufla el doble de aire en el bizcocho produciendo una textura etérea propia de la bollería industrial. Se llevará Pati de merendar los que deje la zampona de su madre.